Fiesta de la Santísima Trinidad

Mensaje del Hno. Robert a los Hermanos

DOMINGO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

7 de junio de 2020

¿No es una gran bendición saber que cuando estamos junto a nuestros Hermanos, ya sea para participar en la oración interior o para realizar algún otro ejercicio, estamos en compañía de nuestro Señor y que él está en medio de los Hermanos?[1]  

Queridos Hermanos,

Mientras celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad, regocijémonos en el don de nuestra vocación, un regalo que compartimos unos con otros. Damos gracias al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo por llamarnos por nuestro nombre para participar, juntos y por asociación, en la misión de Dios. Nuestra consagración al Dios trinitario nos da energía para anunciar el Evangelio a los pobres.

Como comunidades de hombres consagrados para obtener la gloria de Dios, el encierro causado por el COVID-19 nos ha dado un regalo precioso: un largo período para estar juntos y contemplar la voluntad de Dios para con cada uno de nosotros y para todo el Instituto. El confinamiento nos ha brindado un tiempo para conversar, orar, contemplar y compartir nuestra experiencia de Dios a la luz de la crisis global. 

En cuanto a la llamada a la vida consagrada, la protagonista de Gilead, una novela de Marilynn Robinson, dice: “Un gran beneficio de la vocación religiosa es que te ayuda a concentrarte. Te da una idea básica de lo que se te pide y también de lo que podrías ignorar”. Como individuos y como comunidades, haríamos bien en reflexionar sobre lo que se nos pide en este momento y lo que sería mejor que ignoráramos.

Estos dos puntos forman parte de mi oración y reflexión durante este tiempo de la pandemia.  Una vez más, me inspiran las palabras de los capitulares del 42.º Capítulo general (1993):

…para “ir a aquellos” que no tienen medios de cultura y formación para lograr un puesto en la sociedad (a causa del hambre, la guerra, la ignorancia, las opresiones. . . para “ir a aquellos” que son víctimas de la desorganización económica y política y sufren de lleno los sobresaltos de sociedades enloquecidas (desempleo, drogas, sida, suicidio).[2]  

Los sobresaltos de sociedades enloquecidas son evidentes cuando nos enfrentamos a los efectos del virus. Somos embajadores de Jesucristo, por lo que la creciente brecha educativa y económica entre los pocos que tienen mucho y los que tienen poco nos insta a re-imaginar la forma en que somos testigos del Reino de Dios en nuestras comunidades educativas. 

La comunidad, entregada al ministerio apostólico de la educación, sabe que la misión ha de descubrirse continuamente en las diversas etapas de la vida y en contacto con las nuevas realidades. Por eso participa en la revisión de sus objetivos y métodos, en la actitud del que busca a la luz del Evangelio y cuestiona el valor pastoral de la propia actividad.[3]

Hermanos, sigamos atentos a las dinámicas económicas, educativas y eclesiales emergentes. Aprovechemos el momento y hagamos del Evangelio un referente para todas nuestras decisiones con respecto a nuestra vida fraterna y nuestros esfuerzos apostólicos.

Al igual que De La Salle, debemos escuchar atentamente al “Dios que interviene en la historia de su pueblo, el Dios que viene a encontrarse con la humanidad”.[4]  Nuestro desafío es crear estrategias prácticas para hacer que Dios y la Buena Nueva sean relevantes aquí y ahora en nuestras comunidades religiosas y educativas.

Estamos viviendo un tiempo de gracia, un tiempo de transición, que nos conduce a mirar al corazón de nuestra historia carismática y evangélica; un tiempo que nos inspira a volver a la libertad, a la audacia y a la creatividad de la primera experiencia y a hacer frente a este momento como un tiempo de conversión personal e institucional con el mundo de los vulnerables y de los empobrecidos.[5]

Vivimos este tiempo de transición, mirando con los ojos de la fe la devastación causada por la pandemia y sentimos que el Espíritu Santo nos llama en voz alta y clara a la acción en nombre del pueblo de Dios. Nuestra experiencia nos dice que “ser fiel al Espíritu Santo implica… un compromiso definitivo con lo inesperado”.[6] ¿Cómo estamos respondiendo a este evento inesperado y catastrófico? Creo que nos estamos alejando del statu quo y de lo rutinario.  Estamos dispuestos a volver a comprometernos a vivir el Evangelio con radicalidad y alegría.  Nos estamos alejando de una preocupación excesiva por la eficiencia. Cada vez somos más proactivos con los pobres en la lucha por la justicia.[7]

Hermanos, al celebrar el Domingo de la Santísima Trinidad con la renovación de votos, les invito a considerar la siguiente reflexión de un Hermano Visitador:

Ser testigos de la esperanza en el servicio educativo de los pobres significa creer firmemente que el Dios bueno siempre se nos revela, nos invita y se compromete con nosotros; o, mejor dicho, nosotros con él, con su proyecto, con su mensaje de amor y paz, de reconciliación y fraternidad. Hagamos de nuestra vida un canto de esperanza, de nuestro corazón una fuente de sueños, de nuestro testimonio una invitación vocacional, de nuestra palabra una expresión de bendiciones, de nuestra disposición una inspiración, de nuestro viaje un camino de buscadores permanentes hacia nuevas aventuras apostólicas. La vitalidad del Instituto depende del valor de sus miembros y de la capacidad de proponer, crear y demostrar que otro mundo es posible en la medida en que todos los Lasallistas se esfuercen por hacerlo realidad. Estos son tiempos de olvidar el pasado y apostar por el presente. Estos son tiempos… para soñar en nuevos horizontes, para invitar a los jóvenes a unirse a los viajeros que saben sembrar esperanza y amor durante el viaje.[8]

Hermanos, al final, los capitulares del Capítulo General de 1946, aún conmocionados por los horrores de la Segunda Guerra Mundial, buscaron a Dios en la seguridad del pasado. Reafirmaron la versión de 1718 de la Regla y buscaron despedir a los laicos que enseñaban en las escuelas durante la guerra.[9] Tomemos en serio esta lección histórica y no permitamos que los horrores de hoy hagan que nos encerremos en nosotros mismos. Los capitulares de nuestro próximo Capítulo general, que se celebrará en Pattaya, Tailandia, en el contexto de la pandemia, deben buscar a Dios en las realidades emergentes que afectan la vida religiosa, la dinámica educativa y las estructuras eclesiales. Nuestra visión debe estar orientada hacia el futuro y hacia nuevas formas “de predicar el Evangelio, no donde Cristo ya hubiese sido nombrado, para no edificar sobre fundamento ajeno”. (Romanos 15, 20).

Su Hermano,

Hermano Robert Schieler, FSC
Hermano Superior


[1] Campos, Miguel FSC y Sauvage, Michel, FSC. Encontrando a Dios en las profundidades de la mente y el corazón. Nº 25

[2] Circular 435: Documentos del 42.º Capítulo general, Roma, 1993, pág. 19.

[3] La Regla, Artículo 54.

[4] Campos, Miguel FSC y Sauvage, Michel, FSC. Encontrando a Dios en las profundidades de la mente y el corazón. Notas 17 – 23.

[5] Circular 469, Documentos del 45.º Capítulo general, Roma, 2014, 1.15.

[6] Campos, Miguel FSC y Sauvage, Michel, FSC. Encontrando a Dios en las profundidades de la mente y el corazón. Pág. 429.

[7] Circular 469, Documentos del 45.º Capítulo general, Roma, 2014, 1.17.

[8] Gómez, Carlos FSC, Visitador, Distrito de Bogotá.

[9] Cf. Campos, Miguel FSC, et. Alabama. La frágil esperanza de un testigo, págs. 100-117.